jueves, 15 de agosto de 2024

Constelar a mamá

 “Como miramos a nuestra madre, miramos a la vida”, dijo Bert Hellinger. Y desde que empecé a incorporar el paradigma de las constelaciones familiares, sobre todo después de convertirme yo en madre, trabajo fuertemente en mirar a mi madre cada vez con más amor.

Hace 20 años celebrábamos sin saberlo el último cumpleaños de mi mamá y me resulta extraordinario pensar en ella desde el recuerdo de la vivencia real más que desde la construcción que forjé en mi devenir adulto. La idea de mamá está sesgada últimamente por el rumiar de mi cabeza rearmando la historia y cuestionando su maternidad en contraposición con el ejercicio de inclinarme ante ella para agradecer la vida que me fue dada tomando su amor a partir de este cristal desde el que podemos ordenar el amor. Desde la mente, muchas veces me es difícil (por no decir imposible) empatizar con su rol materno cuando el resultado de esa empatía se traduce en mi crianza.



Si revuelvo en mi memoria puedo encontrar el vívido recuerdo de agarrarme a su pollera en un local escondiendo mi cabeza de alguna interacción social, los baños en el fuentón con el agua calentada en una olla, las meditaciones con colores cuando alguna noche me dolía una muela, la panza o la cabeza; las mañanas de análisis pasando por el terreno baldío de los mil gatos salvajes que siempre quise agarrar…

Ya en los tiempos de distancia: su olor a patchouli; ese que pedí impregnado en el pañuelo para llevar a la casa de papá durante la semana sin verla a ella, el cassette de María Elena Walsh grabado encima con su voz y canciones de los Guns N´ Roses, las caminatas por el campo baldío de La Cumbre juntando gajos de Magnolias y cualquier cosa interesante que hubiera tirada por ahí; o los domingos de cine shampoo en el sillón con sus caricias en el pelo.

Pero también recuerdo las carencias y el caos, o muchas situaciones que creía divertidas y hoy como madre considero polémicas -por poner un adjetivo suave-. Si miramos nuevamente la cuestión desde otro lugar, se trata de una herida materna a través de la cual ahora me pongo en posición de niña reclamando a mi madre.

Mi mamá ha sido y es el amor imposible de mi vida. Ese amor que siempre parecía estar cerca pero -como en una telenovela- la enfermedad, la economía, la mala suerte o la muerte volvían a poner la distancia o la imposibilidad.        

Si tuviera que describirla, empezaría por su ferocidad y hermosura; aunque últimamente creo que no llegué a conocerla en profundidad quizás por la falta de oportunidad de tener la edad adecuada para interpretarla. Las historias de sus propios relatos -que amaba contar una y mil veces- indicaban que su juventud había sido un gran disfrute de independencia. Las narraciones de las personas que la conocieron son protagonizadas también por su belleza y su carácter fuerte; tal vez sea por esa imagen que me cuesta tanto entender -y sobre todo aceptar- sus decisiones de vida. Pero sé que hubo más: su esoterismo, su sensibilidad, su amor por las plantas, sus propias heridas de las que poco hablaba.

En estos veinte años sin ella nunca dejé de lamentarme por el qué hubiera sido si en esta realidad podría compartir la vida con ella. Hoy pienso en qué regalo de cumpleaños número 71 le haría si hoy estuviera acá y no se me ocurre más que alguna planta o un perfume Amarige (pero esta vez original). No puedo imaginar qué clase de abuela de la puerta del jardín de Amanda sería.

Más allá de los lamentos, en este gran trabajo que me propongo de mirarla con amor para así hacerlo con la vida, resta empezar a darme a mí misma lo que le reclamo para, como adulta, poder mirar a mi hija y al futuro genuinamente sin voltear constantemente hacia atrás. Feliz cumple má.


jueves, 28 de diciembre de 2023

Game over

Después de tantas despedidas explícitas, con palabras, abrazos, lágrimas o enojo llegó esta en la que no hay más que decir ni lágrimas que llorar. No hay más que agregar ni mas que hacer. 



Como en un laberinto en el que siempre se llega al mismo lugar sin salida, esta vez logré encontrar el camino, pero lejos de haber sentido que gané, la recompensa es el fuera de juego.

Volver al bar donde le puse realidad al avatar y movimiento a esas manos ocho meses después fue un gran cierre interno que visibilizó el paso del tiempo y su devenir.
Como en mi adolescencia, me encuentro armando hipertextos de collage de estrofas de canciones como terapia de superación de este proceso.
Ya no queda más por sentir, resta dejar el tiempo pasar sabiendo que de repente -pero como un final anunciado aquel miércoles de abril- nos hemos convertido otra vez en dos completos desconocidos.

lunes, 27 de noviembre de 2023

La ilusión del contacto 0

Como no hablo con vos, hablo de vos conmigo. La charla toma matices intensos: enojo, frustración y ambivalencia. 

Cuando las palabras cansan empiezo a terminar de armar el rompecabezas de nuestra historia con las fichas perdidas que nunca antes había querido encontrar. La escena parcial que me alcanzó por un tiempo toma otro sentido con el contexto completo y todo luce tan obvio y claro viendo a quién sumabas likes mientras buscabas una Magnolia para honrar el cumpleaños de mi mamá.


Cada impulso de buscarte termina en un diálogo con tus redes que siempre me dan un nuevo motivo para seguir en silencio con esta distancia aunque no borren lo que siento.

Con dos o tres ml de alcohol en sangre el cuentadías vuelve a 0 en un estúpido movimiento con el que me pongo otra vez en el mismo lugar. Y el ciclo de ansiedad se resetea mientras mi teléfono sigue sin las notificaciones que espero y me pregunto:

¿Ahora a quién le darás tus domingos y tus llegadas tarde a las obligaciones...? ¿Quién recibe las fotos random de tu rutina? ¿Con quién compartís los restos del día? ¿Quién es tu primera historia en Instagram?

Volví al principio del fin como tantas otras veces. Un día de contacto 0, sigamos contando...

jueves, 19 de octubre de 2023

Duelos de octubre

Los octubres para mi, por alguna razón suelen estar teñidos de duelo. Cada cual con su impronta: devastador, resignado, frustrante.

Hay diversas clases de duelo. Y aunque el más insoportable sin dudas sea ese que se da cuando un otro significativo deja de existir en este plano, el más difícil de vivir es aquél que se da porque ese otro por alguna razón decide no ocupar más un lugar en tu vida.

En el primero, cada recuerdo y deseo decanta en lo imposible.
En el segundo, todo es posible pero falta deseo de que sea y en esa impotencia de que el otro todavía exista fuera de mi vida hay una cuota enorme de desesperación.
La posibilidad de encontrarlo en el supermercado, de entablar un contacto virtual efímero que llene de fuego la panza en un instante -pero que siempre decante en ausencia- te sumerge en un subeybaja de esperanza y frustración que no se va al primer chocolate -ni al segundo-.



Duelar a alguien en vida es enfrentarse a diario con el poder pero no deber. La fuerza necesaria para no arremeter con todo contra lo dado e intentar de algún modo revertirlo con alguna escena típica de película es monumental.
También es posible que la subjetividad en este proceso juegue un papel primordial. Quienes vivimos duelos de los primeros sabemos el sentido de lo permanente de la muerte, entonces sobrellevar un duelo elegido en vida parece inconcebible.
Acá la aceptación es vencida de antemano por la indignación, hasta que las horas pasan y los escenarios de Hollywood no suceden. 
El proceso empezará tarde o temprano a regañadientes para cumplir sus fases con algunas trampas que permite la tecnología. Y si todo sale como indica el manual de psicología, al cabo de unos meses esa "muerte" estará superada.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Spoileando la primavera

 

Tengo una fuerte obsesión con los olores. No sé bien si nací así o me hice así en algún momento de mi vida. Tenía 10 años cuando le pedí a mi mamá un pañuelo con esencia de patchouli (su olor característico y favorito) para tenerlo cerca y olerlo cuando la extrañaba. En este momento, ya con una formación en aromaterapia, no pude parar de pensar que hay olor limón cuando no hay nada de eso cerca.

Lo cierto es que en este sábado de invierno que spoilea la primavera en su clima y sensación, algo detonó en mí una sensación de incomodidad que me cambió el humor por completo.

En este trabajo de psicoanálisis versión 5, estamos revisando el autoregistro. Claro, me comí tanto el concepto de empatía que me olvidé un poco de empatizar conmigo misma. “¿Cuándo empezó?”, pregunta Laura un miércoles. “Ni idea”, le digo yo mirando el techo.

Igual ahí estaba mi malestar jodiendo como una mosca de la fruta. Más allá de eso, tenía unos morrones que picar para un relleno de tarta y un preparado de aromaterapia que armar para un viaje en auto. Busqué una receta de cóctel para manejar, y, entre los top five, estaba la esencia de limón, pero no tenía; asique usé citronela, menta, eucalipto y tea tree. De alguna manera extraña, había olor a limón. Olí una, dos, tres veces y era limón. Agarré los frasquitos y ninguno decía limón ni olía a limón.

Seguí pensando mientras terminaba de picar el morrón y lo ví en mi cabeza: el jazmín chino o del país o no se qué variante. Ese que florece primero que todos, que es blanco con cositos violetas. Ese que cuando lo empezás a oler es muy rico y para cuando terminás te das cuenta de que tiene olor a culo. Ese, el jazmín de la casa de 8 y 530 donde estacioné el auto este mediodía.



Ese jazmín que me spoileó a la inversa la primavera del 2004 (maldita memoria olfativa). Ahí cayeron como en efecto dominó todos los recuerdos de oler ese jazmín: mis caminatas desde La Cumbre hasta 4 y 59, de ahí a 4 y 44 y de ahí volver y sentir la humedad de la noche y esperar un Oeste que tenía menos frecuencia que la recolección de residuos en La Hermosura.

La primavera y su inicio en el calendario como el registro de la primera gran frustración en mi vida. También de mi primer no autoregistro a mis 18 años y de la instalación de la culpa como modo de vida. Es que la víspera de  mi primer día del estudiante/primavera como universitaria salí con amigas a La Previa y volví como a las 6 de la mañana a casa y mi mamá –que se estaba autodializando- me dijo que no se sentía bien, que duerma un rato y la lleve a la clínica. Me acosté y como a las 9 fuimos a Ipensa. Después de revisarla, la dejaron internada como otras tantas veces antes. Pero iba a ser diferente, nunca iba a volver a casa.

También esa primavera justo fue la primera en que registré en mis sentidos todos sus detalles. Todo se volvía tan hermoso en la ciudad mientras –sin saberlo- vivía los últimos días con ella.

Mientras asistía a mi mamá internada en terapia intensiva (por pura compasión de las enfermeras que me permitían entrar a cualquier hora) nunca me perdí una clase de la facultad, ni una entrega ese cuatrimestre. Recorrí en esos zapatos chatos de Class más kilómetros de los que hago hoy con el Ford Ka.

Y le pregunto a Laura desde hace unos cuántos miércoles, cuántas veces vamos a revisar esto. Ella dice que hasta que no me condicione. Y hoy ese jazmín me dijo que falta mucho para eso. Supongo que mi adolescencia me protegió de registrar todo ese dolor que igual estaba sintiendo en alguna parte de mi ser y se encapsularon en esas canciones de la verdulería de diagonal 73, en ese frío del atardecer de primavera o en el calor de mediodía para que hoy, en cuotas con interés exacerbado, lo pueda procesar con la supuesta madurez que me dan los 37.

¿Y hoy? ¿Cómo lidio con el dolor? Haciendo. Cortando morrones para una tarta, buscando el olor a limón donde no hay limón. Sin poder parar más que para escribir esta catarsis mientras se cocina el relleno y termina el lavarropas. Y después viene otra cosa que debo hacer y que la hago para no enfrentar la frustración de no haberla hecho si mañana se me pudre el morrón.

¿Y, Laura? ¿Cómo salgo de ese mecanismo? Y Laura no responde porque no es miércoles y yo estoy esperando que todo se cocine para armar las tartas de pollo.

sábado, 22 de julio de 2023

Papá era un tipo que...

Papá y yo teníamos una relación intensa y extrema. Tuvimos las peleas más horribles, pero aún así, cada vez que él tenía algo que hacer me convocaba para que lo ayude –si era un trabajo manual y de fuerza- o que se lo resuelva –si tenía que ver con computadoras o compras-. También, cualquier cosa que me pasara en la que me sentía desbordada terminaba con un llamado de rescate (granizo en la ruta, una rueda pinchada, un caño roto, un chispazo).

Últimamente, una serie de eventos domésticos desafortunados me hicieron pensar mucho en él. Más que pensar, fue dialogar con su recuerdo y sus lógicas: una cerradura para adaptar a una nueva puerta con un sentido de apertura opuesto, una mesa con una pata mocha, la rejilla del baño que no se cansaba de salirse de lugar…

Ahora creo que éramos un muy buen equipo de trabajo. A veces las cosas no salían del todo bien, como cuando se nos inundó un depto que alquilaba mientras intentábamos arreglar la mochila empotrada del inodoro. Pero siempre terminábamos resolviendo el tema y tomando un café con un pucho sentados en el objeto que estuviera disponible cuando no había ni sillas.

Ahora que pienso, hemos arreglado, pintado y puesto a punto juntos alrededor de cuatro casas. La última fue esta donde vivo, la primera la última a la que nos mudamos como familia. Decenas de paredes restauradas, enduidas, lijadas, pintadas. Puertas masilladas y laqueadas con 7 manos de barnis y tinte que jamás podríamos volver a replicar.

“Luciana es una mula”, repetía cuando había que correr un mueble pesado o sostener algo mientras él lo arreglaba. Quizás me comí el personaje de la muletilla y a veces me pasa factura, pero esa es otra historia.



Papá era un tipo que si le comentabas que tenías un problema o una cosa rota no descansaba hasta encontrarle la vuelta, a veces de las maneras más insólitas y polémicas. Si había algo que comprar para resolver el asunto, no paraba hasta encontrarlo. Hemos estado horas recorriendo locales o llamando por teléfono a negocios de todo el conurbano hasta encontrar la última caja de un cerámico discontinuo que necesitaba para terminar de revestir mi cocina. Y ahí salíamos a la autopista a pasear por el conurbano en busca de lo preciado para que la uniformidad reinara en la casa. No creo mucho en que las cualidades vayan en los genes, pero si algo aprehendí de mi papá es esa fijación por resolver. También la extraña habilidad para hacer entrar muebles totalmente armados en un auto agarrados con una soga sostenida por mi mano viajando en el piso del vehículo hecha un bollo.

Papá era un tipo que si lo llamabas para invitarlo a cenar, seguramente te mandaba a cagar. Pero si lo llamabas a la hora que fuera porque te perdía una canilla y no lo podías arreglar con sus indicaciones telefónicas, a los 40 minutos lo tenías en tu casa con la caja de herramientas –y mocasines muchas veces- para indicarte cómo hacerlo o tirarse al piso para arreglarlo.

Él me puso muchos apodos a lo largo de mi vida, pero el último, acuñado por el 2012 fue “yo pa”. Supongo que de tanto compartir sus momentos de arreglos y armados me pegó un poco el afán de querer hacer sola y una extraña fascinación por las ferreterías.

Hoy, mirando mi mesa rota parada en el medio del comedor mientras cenaba con mi hija en un redondel de plástico con patas que no merece llamarse mesa, charlé con su recuerdo y me tiró una posible solución que no me queda más que trasladar al herrero para chequear su viabilidad, ya que el obstinado que hacía posible lo inimaginable en materia de arreglos no es más que una voz en mi cabeza o una especie de tótem al que recurro cada vez más seguido cuando se me queman los papeles.

sábado, 24 de junio de 2023

Hablemos de intensidad

Hay dos clases de personas en el mundo: las que creen que se compraron la vida en Mercadolibre con garantía extendida y las que saben que sólo se tiene el hoy como certeza. Ser de estas últimas es un don y una tragedia al mismo tiempo. Para ellas no hay después, solo hay deseo, palabra y acción inmediata. La vida es acción y reacción constante. 

Es que hay una incertidumbre de base que opera impulsando toda esa intensidad. Incertidumbre que se instala luego de despertarse una mañana y que la vida tal y como la conocías haya desaparecido para ser reemplazada por otra en la que todo aquello que daba seguridad ya no exista. Quedás en jaque un rato, pero rápidamente tenés que empezar a armar algo nuevo desde esas ruinas mientras te tragás las lágrimas y el dolor. 

Y esa sensación de que todo lo sólido se puede desvanecer en el aire de un momento a otro se instala como una posibilidad constante que hace que la vida se convierta en una eterna arena movediza. 

Te apegás a poco, tenés que chequear constantemente que todo está bien. El control se impone como única posible certeza. Construir futuro desde ahí es hiper complejo. Las pertenencias pierden bastante sentido, los vínculos dan un poco de miedo y los duelos calan hondo. El equilibrio se torna, así, un inútil intento donde la soledad resulta el refugio más saludable para evitar el juicio ajeno ante tanta intensidad. 

Exponerse a ser vulnerable ante otro que no está dispuesto a navegar en mares de este calibre supone una crónica de un final anunciado. 

Pero no todo es caos, también hay mucha magia. Esa ansiedad de sentir que sólo se tiene el hoy motiva las mejores locuras. Las ganas de hacer duran poco y nada para convertirse en experiencia vivida. La procrastinación no tiene ningún lugar. Pero hablamos de una intensidad para la que el ser humano promedio quizás no esté preparado. ¿Quién se anima a abrocharse en cinto y subirse a esta montaña rusa?

viernes, 2 de junio de 2023

Empatizando

 Imaginate una vida en la que no haya brazos para volver a ser chiquita, una vida en la que no exista sitio para ser quién sos sin condiciones ni consecuencias desfavorables, una en la que no puedas delegar un rato tus responsabilidades adultas. Una vida en la que ya no seas hija/o, sino simplemente un rol que sostiene sin saber cómo sostenerse a sí misma recreando unas fotos vistas mil veces en busca de un detalle oculto que brinde una historia nueva para rearmar tu identidad. Pero las imágenes son tan pocas y estáticas que no aportan más que suposiciones nuevas alimentadas por los tránsitos presentes. Escuchando un audio del 98'  que tu mente ya recita de memoria sabiendo que 25 años después seguís siendo la misma pre-adolescente que no sabe cómo comunicar sus emociones. ¿De qué sirven los por qué? Sólo queda esperar que cuatro copas de vino después el sueño resetee todo este mambo en un nuevo amanecer de pilotos automáticos por los que cada tanto en alguna locura se filtre un poco de autenticidad mientras las manos traen sabores de la infancia en forma de tartas de zapallitos, colchón de arvejas, puchero o salpicón que serán transmitidos a otra generación con la esperanza de tener más tiempo para verlos florecer.

domingo, 14 de mayo de 2023

El tortómetro del amor

Los últimos nueve 14 de mayo de mi vida hice muchas cosas que no recuerdo. Seguro me lavé los dientes, me bañé, desayuné y demás actos rutinarios; pero lo que sí hice con certeza fue al menos una torta de cumpleaños, me encargué de su gestión o de decidir no hacerlo.

La primera fue de vainilla con doble relleno de crema y dulce de leche y una cobertura de chocolate semiamargo. La segunda hice un poco de trampa y compré una exquisita que rellené y decoré con mis escasas habilidades y paciencia para las manualidades. La tercera fue un bizcochuelo de 8 huevos del manual de cocina de Chola Ferrer que heredé de mi mamá que rellené con Nutella y decoré con habanitos y Rocklets.

La cuarta la busqué por todo Jericoacara para que tenga un tamaño apto para dos y soporte los 40 grados del ambiente: terminó siendo un muffin con una vela de hornito. Ya para la quinta y la sexta me había quedado claro que la torta de cumpleaños era más un mambo mío que algo que el otro disfrutaba asique bajé la intensidad y búsqueda de la perfección de forma tal que no recuerdo ni qué hice. La séptima fue salada: una lasagna de pandemia que tardamos tres días en terminar. Para la octava ya las manos estaban ocupadas con una humana en miniatura asique encargué una de "sorpresa". La novena ni la encargué, ni la hice, un poco como símbolo de protesta o, con el diario del lunes, palpitando el declive de lo que supo ser una pareja.



Como una especie de acto fallido o de impulso natural, este 14 de mayo me encontró desprevenidamente batiendo huevos con azúcar y tamizando harina con cacao. Sin pensarlo mucho, pero queriendo acomodar el arrebato de mi ansiedad por desmoldarla en caliente -haciendo oídos sordos a Paulina-, rellené el bizcochuelo redondo con dulce de leche, lo espolvoree con azúcar impalpable y le pegué coco rallado a los costados. 

Esta imperfecta, es la primera torta del 14 de mayo que no recibió aplausos y se cortó sin vela; también la primera de los últimos 10 mayos que lleva mis topics preferidos.

Feliz no cumpleaños a mi, al fin y al cabo, el mambo de la torta era -y aparentemente sigue siendo- mío.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Crónica de una frustración anunciada

 La dicotomía de empezar de nuevo o inmutarse en el tiempo que pasa ajeno a las decisiones que intente tomar.

El debate absurdo de desear volver a un tiempo de la infancia en el que había alguien ahí cuidándome o aceptar el rol que fui tejiendo en un camino que no siempre supe que elegía.

Y me sigo viendo ir al bosque una vez por semana desde hace mes y medio a ver los Ginkos para encontrar el amarillo flúo con mi cámara aunque se muy bien que faltan semanas para ese evento. 



Pero algo en mi todavía cree que todo puede ser distinto alguna vez aunque en ese intento -y en otros más complejos- me llene de frustración que las hojas sigan todavía tan verdes en un otoño en el que ya el amarillo se está amarronando. Y también me indigna un poco verlos ahí sin mutar de color mientras todos los demás árboles dieron su espectáculo al unísono.



Como esos Ginkos tardíos muestran su esplendor cuando parece que el otoño dio toda la belleza que pudo, espero encontrar en mí -aunque sea más tarde que el resto de mi especie- ese esplendor que ilumine los sentidos en el medio de un bosque lleno de hojas secas.


martes, 2 de mayo de 2023

Las mamás de Instagram

Cuando era tía exclusiva, creía que era la mejor tía de todas y una muy responsable. -Si mi hija tuviera una tía como era yo a mis veintis con mis sobris, no la dejaría sola ni una tarde con ella.- Al nacer mi hija se inauguró un peso tremendo sobre el sentido de la responsabilidad de una vida humana muy fuerte, que quizás nunca había reflexionado en profundidad.

Mis recuerdos sobre ser hija-infante son realmente muy difusos. Cuando terminé de perder a mi mamá a los 18 años no se me cruzaba por la cabeza la maternidad, de hecho creía que jamás iba a tener hijos porque no quería arruinar la vida de nadie.



Ante esta falta de registro propio y el resabio de una pandemia que nos tenía todavía un poco en aislamiento, mi casi incondicional teléfono inteligente fue una especie de aliado (traidor) para facilitarme algunas respuestas.

Si bien siempre consultábamos al pediatra cada cosa y asistíamos a los controles religiosamente, respecto del día a día en la convivencia con una recién nacida, en mi cuenta de Instagram empecé a seguir a muchas influencers. Había de todo: especialistas en crianza, psicólogas y psicólogos infantiles, pediatras, especialistas en alimentación saludable, coachs de sueño infantil, mamás perfectas y, claro que sí, emprendimientos de productos para bebés. Yo quería hacer todo bien con mi beba, no quería arruinarle la vida a nadie.

A los pocos meses de haber parido por cesárea en la semana 40 +6 días, con el pelo duro y las hormonas alborotadas empecé a perder la cabeza. Abrir redes sociales a la par de los ojos cada mañana mientras amamantaba, me sumergía el bombardeo de datos e indicaciones que mi cerebro tomaban como religión. Sí, a mí, ni mis estudios universitarios en Comunicación Social me salvaron de esta saturación.

A los cuatro meses de ser madre, ya había leído tres libros sobre sueño infantil y un blog completo sobre lactancia materna y aún así no sabía qué hacer con los múltiples despertares nocturnos y tardé dos meses en instalar por completo la lactancia materna exclusiva.

Se acercaba el día en que Aman probara sus primeros bocados y teníamos que decidir qué paradigma de alimentación íbamos a elegir para este viaje (una cuestión que jamás creí que existiera en la maternidad). Ya una noche entre lágrimas y desesperación había tenido que recurrir a la leche de fórmula para ayudar la lactancia y no quería que este tema me encuentre desprevenida y sin información.

Pero enloquecí. Leí un libro sobre crianza y alimentación, escuché podcasts sobre el tema y leí cuanto artículo encontré en la web.

Las mamás de Instagram me inspiraban. Ya tenía una rutina de sueño para acostumbrar a Aman a irse a dormir cuando pasaran ciertas cosas, me había obsesionado con las siestas, su duración, lugar y cantidad de ellas y vivía calculando horas de sueño, despertares y algoritmos del ciclo circadiano. Parecía que algo había hecho mal porque por más respeto a las indicaciones que tuviera, mi bebé estaba fallada: tenía despertares nocturnos múltiples y no se dormía sola.

Respecto de la alimentación complementaria, me indicaban que podía ofrecer a mi bebé alimentos en trozos y no solamente las viejas papillas. Me enseñaron que el Nestum es una porquería y que NO hay que dar a las infancias azúcar hasta pasados los dos años.

Ya estaba lista para afrontar la alimentación complementaria. Tenía el vaso antivuelco (y las indicaciones para que no proliferen hongos indeseados), un plato de silicona que se adhería a la mesa de la silla de comer y unos cubiertos afines. La realidad me demostraría que el vaso terminaba tirado en el piso siempre y que no era tan antivuelco y que el plato no era lo suficientemente pegajoso como para que las manos de halcón de mi hija lo dejaran en la mesa, pero eso es otra historia.

El día que cumplió 6 meses fuimos al pediatra para que nos habilite a darle de comer sólidos. Le pregunté sobre el BLW y se me rio en la cara; dijo que podía comer de todo en formato puré. Pero como yo ya había visto varios videos sobre el método (y también sobre cómo hacer la maniobra de Heimlich), corrimos el riesgo y le dimos un arbolito de brócoli entero como primera comida.

Las siguientes fueron frutas, carnes, papillas (claro!) y nada de ultraprocesados.

Una mañana abrí Instagram y ya no pude soportarlo: apareció un reel de un no se quién que aseguraba que no era beneficioso dar frutas de comer a nuestrxs hijxs. Fui a su perfil, lei las investigaciones que citaba y en ese instante decidí cerrar mis redes sociales por tiempo indefinido.

Con abstinencia de redes,  igualmente la vida social y las voces bienintencionadas bombardeaban cada situación de alimentación. Mientras hidrataba dátiles y experimentaba con harinas alternativas, luchaba con el entorno para controlar qué ingería mi bebé.

Cuando empezó a ganar autonomía en el piso, comió más tierra y pedazos de comida viejos que bananas. Al mes de dar sus primeros pasos, en un cumpleaños infantil interactuando con un nene probó su primera papa frita mientras se me desgarraba el corazón en el intento vano por tacklear a esa criatura para que suelte la papa antes de poder volverse prácticamente una adicta como yo.

Desde ese hito hasta hoy mucho ha cambiado en pos de la salud mental de la familia, después de vivir con frustración cada intento por ser buena madre y darle a mi hija lo que le haga bien en todo sentido entendiendo que en ese afán por no arruinar la vida de nadie estaba arruinando la mía. Pero en esta cultura ¿qué es lo que hace bien y quién lo determina?

A la distancia puedo ver que mi puerperio fue muy duro y esos estados emocionales frágiles suelen ser el blanco perfecto de toda la industria infomercial de las redes. Para muchas nuevas madres, la tribu se arma desde ahí y es necesario ocupar esos espacios desde otros lugares y presencias. Hoy veo a esa Luciana con humor, pero de gracioso no ha tenido un pelo.

La frustración gana muchos de los días de la maternidad. Claro que una se frustra cuando no hay coincidencias entre la expectativa y la realidad. Y, adivinen desde dónde se construyen las expectativas. Del imaginario social que se instaló como una imagen constante para grabarse en la retina como un ideal y aspiración. Recuerdo ver fotos de madres con sus hijas/os bebés y preguntarme por ejemplo ¿por qué siendo una aficionada a la fotografía no puedo lograr uno de esos momentos?, entre otras preguntas más polémicas y profundas.

Parece tan natural traer vida al mundo, pero hay tanta industria alrededor de ello que puede tornarse un desafío elegir el camino saludable y afín para cada familia.

(Si resonás con algo de lo escrito, buscá cómplices, hablá. Si en esa persona no hubo consuelo, buscá otra. Hay muchas otras luchando tus mismas batallas en completo silencio y soledad.)

miércoles, 26 de abril de 2023

Marketplace del amor

Después de nueve años construyendo, rompiendo, sufriendo y disfrutando de la vida en pareja volví a la singularidad. En un intento por recuperar algo de sentido sobre el contacto, me sumergí en la dimensión desconocida de las redes sociales.

Las dinámicas no dejan de sorprenderme y dudo que sumen calma a este estado mental de por sí confuso.

Este modo de vida expréss para llevar se traslada a otros ámbitos. A partir de estas interacciones con humanos mediadas por plataformas en teléfonos, en una semana es posible vivir todas las instancias del inicio y fin de un vínculo con una persona (que es más avatar que sujeto) para pasar a repetir el ciclo con otro/a.

Qué desconcertante para las paracaidistas recién llegadas..



La cosa es masomenos así aparentemente: en el uso, las apps para "conocer gente" terminan interactuando con las otras redes sociales en una metáfora de ir profundizando el tema.

Abrís Tinder, likeas hasta matchear. Entablás o no una charla. La charla pasa las diez o 20 líneas, la persona quiere ver tu vida, saber un poco más quién sos antes de verte en carne y hueso. Se suman en Instagram. Ahí viene el histeriqueo de las historias: si se megustea o se responde o se reacciona. Después de 2 días estás en WhatsApp. Hablás de las pavadas de la rutina, lo incorporaste a tu cotidiano, se "acompañan". Deciden verse, viene todo bien, te cae bien, hablan bastante.

Dos días después se conocen y desidealizan todo el invento que la imaginación creó donde no había giro 360 en la foto. Charlan, comparten, la pasan bien si tuviste suerte. Y ahí arranca el duelo. Lenta pero fugazmente esa interacción empieza a terminar. Si ayer hablaste con esa persona, por ejemplo del tapir, en una charla de WhatsApp y hoy te cruzás uno en la calle y le mandás un mensaje con una foto de ese suceso, seguramente te lo responda a las 5 horas para que no flashees. Y de a poco todo se va ubicando. La charla cotidiana se diluye y es reemplazada por nada o por algún intento de sexteo o -si el match es muy valiente- alguna propuesta de encuentro después de 15 días mínimo de pasado el primero. Y ahí vas stockeando el archivo más grande de contactos inútiles de la historia.

En todo, para lograr mínimamente esta historia de amor, pasan muchas cosas. Muchos bochornos (como si la otra fuera la recompensa) quedan en la nube. Recuerdo uno con el que estaba hablando las cosas básicas que pueden hablarse con un desconocido y la conversación fue a un callejón sin salida hablando de pizzas. Como buena guerrera, saqué los remos y profundicé en el tema. Pregunté qué pizza prefería (si a la pala, al molde o a la piedra), respondió que al molde y nada más, redoblé la apuesta del remo y deslicé: "bien, extremo". Inmediatamente la charla se desvaneció. Tiempo después, personas experimentadas me comentaron que eso pasa cuando "te sacan el match".

Hace tan poco tiempo que vivo de esta forma y han sucedido tantos desencuentros y ciclos vacíos y llenos de ansiedad que entiendo que no es la forma saludable de enfrentar la "soledad". La cuestión es que dudo todavía si todo esto se ha trasladado de las redes a otros ámbitos o realmente lo hemos instalado en la redes desde algún lugar en el que hacernos cargo de nuestra realidad y presencia es tremendamente agotador.

lunes, 23 de junio de 2014

Entre ángeles y elefantes

En un acto inconsciente terminé por despojarme de todo el peso de mi identidad. Como en esos sueños recurrentes que tanto analicé en terapia, todo lo que indicaba quién era, dónde vivía, cómo cubría mis imperfecciones y con cuánto subsistía se desvaneció en un instante al olvidar mi cartera negra (sí, la indispensable de todos los días).
Llaves, dinero, recuerdos, tarjetas, perfume importado, lapiceras de parís, aceite reparador de pelo, esmalte de uñas, tijera de peluquero, botones, pase de colectivo, invisibles para el pelo y la identidad que certificaba un plástico. Esa identidad que había renovado cuando me pesaba la que tenía en un incipiente 2012.
Pero él estaba ahí, conmigo, queriendo recuperar todo lo perdido. Primero lloré unos minutos y, ahí nomás lo entendí: nada importaba tanto en esta realidad. Durante años puse mi seguridad en ese bolso guarda-materia y las pertenencias que transportaba. Ahora lo valioso no se carga, me acompaña.
Con este renacer, este empezar de cero tanto en las finanzas como en la organización general de mi vida da cuenta del final de esta larga época de búsqueda de mi misma que empezó seis años atrás. Transité un camino doloroso pero feliz, aprendiendo a quererme a mi y a aceptar el amor de los demás. Hoy la visión de Simona es otra y gracias a ella pude verlo a él y reconocerlo como lo que es. Esa visión que esta vez me permitió no dejarlo ir y armar esta historia como el final de un cuento y el principio de una vida:




Dicen que el destino está escrito. Que las tres dimensiones son sólo algunas de las que en verdad existen.

Ellos dos juntos conocieron al menos una nueva. Sí, cada vez que se encontraban en un espacio, en un chat o en un intercambio de e-mails todo se volvía nuevo y mágico. El ruido de la ciudad se diluía, la guerra de los Balcanes quedaba suspendida. Al principio fueron pocas, cortas situaciones adolescentes que, aunque aún no lo sabían sentaban las bases para la plenitud de un futuro inimaginable. En esa época se dieron los primeros abrazos, los primeros cuidados y hasta durmieron juntos por primera vez. Parecían simples anécdotas. Hoy sabemos que eran señales. Señales del cosmos que desoyeron. Es que quizás eran muy jóvenes para entregarse a ese amor tan puro. Debían vivir otras experiencias, crecer internamente, saber lo que es la soledad para valorar, cuidar y disfrutar sin barreras. No sabían nada del amor, en ese entonces era un componente de los cuentos, un abstracto ideal que desafortunadamente se entiende por diferencias. Aunque lo hubieran tenido enfrente no lo hubieran reconocido. No sabían que nueve años después, los designios de la causalidad los volverían a enfrentar. Esta vez con la desilusión, el dolor y la soledad de escudo. Pero la atmósfera nueva que generaban cuando se encontraban estaba intacta. Esta vez no se dejarían escapar. Frente a frente en un ascensor se vieron a los ojos y, sin palabras, sus almas entendieron todo, aunque no así sus mentes. Él le arrebató un beso, ella quedó inmutable. Ese sábado, el primero de aquel marzo sería el comienzo de lo máximo.


Entre ángeles y elefantes los tiempos son otros. Nada entre ellos es pronto, nada entre ellos es tarde. Un nuevo tiempo, una nueva realidad paralela más allá de la rutina, del tránsito, la oficina y la inseguridad. Un nuevo sentimiento que hasta al mundo le queda chico. Cada tanto los fantasmas del cerebro, del entorno y lo mundano los asechan desatando inseguridades, pero basta volver a verse a los ojos para conectar sin escalas con lo real.

lunes, 17 de febrero de 2014

Hoy empiezo ...

Y sí, un día la tierra bajo la alfombra se vuelve inocultable. Los recursos se agotan y las viejas cuentas pendientes pasan la factura.

Meses mirando hacia otro lado hasta que el lugar de la evasión se cubre de espejos que multiplican detalladamente las imperfecciones ignoradas.


Llega ese día en el que hay que tomar los verdaderos riesgos que implican una decisión para hacerse cargo del rumbo de la vida más allá de lo que el viento diga. 

Plantar bandera, irse al mazo y barajar de nuevo: quizás el último comodín no fue suficiente. Ustedes hagan sus apuestas, a mi táchenme la doble.

lunes, 3 de febrero de 2014

Despacio, febrero.

Terminó la feria judicial. 
Llueve. 
La operadora de Radio-Taxi no responde. 
La diagonal colapsa otra vez, el micro se escurre en un semáforo traicionero. 
Diez minutos de espera y aparece el 23. 
El visor de la máquina chupa crédito me recuerda el aumento en la tarifa de la sección: “Saldo insuficiente”. 
El chofer me mira: -Qué pasó flaca? (primer piropo del día, pienso). –Me quedé sin saldo (puchereando) ¿Con monedas cuánto es?. –Pasá y escondete en el fondo. 
La primera buena acción del día del hombre inicia la rueda de bumerangs energéticos darmáticos.
El primer día hábil de febrero. Los supermercados anuncian la “Vuelta al cole” y reabren los kioscos que acorralan los edificios públicos.
El modo holiday se diluye con estas lloviznas pro frizz. 
Las promesas de goce se desgastan ante el peso de la rutina y la maldita costumbre aún más pesadumbrosa de subsistir con sonrisas a media asta.
Todo lo que en ese ya lejano enero parecía posible y real se desvanece a la par del contraste de la marca de la bikini en la piel bronceada.

El nuevo ciclo empieza en un mes. Esta bisagra hasta el otoño tamizará algún pedazo de lo que supo ser plenitud. Los semáforos anuncian la onda roja...

lunes, 27 de enero de 2014

Unos 28 años

Un feliz cumpleaños. Una casa llena de abrazos y saludos. Un teléfono saturado de buenos deseos. Un sueño vívido y encantador.

Entonces, ¿Por qué la angustia? Se que va a pasar, igual que esas tormentas que parecen devastarlo todo a su paso. Cortas, pero que duran lo suficiente como para desatar ciertos caos. Más tarde un arcoiris, como un milagro trás la oscuridad. Y ahí andamos desprevenidos del cielo. Sin los ojos tan abiertos como para prever el temporal ni para contemplar la magia óptica compensatoria.

Una plenitud nueva: sin aeropuertos ni contextos exóticos. Un miedo irracional pero recurrente que cada tanto pretende boicotear las sonrisas. Dejavúes de una infancia de desapariciones bruscas. Una compulsión al control en vías de curación que desata innecesarios malentendidos. 
Y ahí los fuertes deseos de felicidad que se alinean con el cosmos para que por primera vez la balanza se incline por el lado de las risas.
Unos días llenos de todo. Unos 28 años con el amor de una familia que me eligió a pesar de la historia. Con unos reencuentros en viajes astrales sin reproches. 
El principio de una adultez con el goce inocente de un chico descubriendo nuevos mundos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Escondites escondidos

Los escudos, los escondites: esas cosas o lugares cómodos que pensamos usar un tiempo para resguardarnos y representarnos.


Esas armas de doble filo que por momentos reemplazan la esencia. Años varios transité detrás de una coraza, los últimos la reemplacé por una cámara de fotos detrás de la que escondía mi imagen, presencia y cara completa. Fue la excusa perfecta de mis actividades, el motor de las invitaciones a eventos sociales y la guía de algunas amistades.

Fui testigo atestiguando tímidamente la vida y el universo. Las convocatorias de repente eran hacia mi escudo, ahí advertí que mi ser se había reducido a mi herramienta de escondite. Un objeto pseudo valioso pero efímero que ante la primera inundación corrió peligro como mi vida, un objeto que protegí más que a mi cuerpo, un objeto manipulable en el que deposité mis pasiones, inseguridades y frustraciones. Un objeto.

Ayer corrí mi cámara de mi cara y vi el universo con los ojos sin mediaciones, registré el momento en unas sinapsis que no se revelan más que en algún recuerdo. 
El paso siguiente es objetivarlo, moderar su uso y disfrutarlo como tal. Liberarme de mi propia arma. Soltar su correa y entrar a un salón repleto de gente sin justificaciones. Ser sujeto autovalorado sin fines de lucro

domingo, 8 de diciembre de 2013

Al margen

La vida y la sociedad se enmarcan en ciertas normas. La norma –lo normal- opera en una estandarización que la cultura –al menos occidental- homogeneiza desde los discursos sociales para asignar modelos familiares, vinculares, físicos, estéticos, laborales y de conducta.

La experiencia indica que todos y cada uno de nosotros –hasta el más políticamente correcto- en alguna oportunidad está al margen de la norma. Algunos en más casilleros, otros en menos. Ahí empiezan las relativizaciones con mayor o menor grado de justificación. 


Y cuando somos marginados somos de lo más solidarios, pero si estamos en la norma enseguida aprovechamos para juzgar y burlar a ese que está al margen por su piel, su elección sexual, el tamaño de su cuerpo, su profesión o vestimenta. ¿A cuántos nos queda bien la remera, el jean o los zapatos stándar?


Cerremos los ojos un rato e imaginemos que no hay hoja ni margen, que no hay moldes para encajar, que somos y punto.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Sobre la risa en tiempos de alergia


Hay situaciones felices que se presentan en las circunstancias menos ideales pero más inesperadas. Detectar en la rutina ese motor interior liberador de la risa es incluso más difícil que encontrar esa FELICIDAD que prometen tantos anuncios publicitarios. 
Correr la vista unos grados al costado supone ampliar el horizonte de expectativa ante el futuro eterno y prometedor que no es más que unicornio de cuentos que perseguimos en vano. 
Y un despiste involuntario protagoniza de repente las risas sinsentido al aire que inician un nuevo ciclo de posibilidades.
La enseña de la semana: abrir los sentidos al todo sin monopolizar la expectativa. Empezar a recordar cuando fue la última vez que sonreímos en lugar de las últimas lágrimas. Conectar con la presencia, ya no con la falta. No me preguntes de qué me río, reite conmigo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Entresueños

La magia de ese primer sueño que combina lo que vivimos, lo que pensamos y el deseo. 
Esos minisueños en los que aparecen acá quienes están allá diciendo eso que no pronunciaron jamás. 
Sueños-flash en los que todo es posible –en colores o en blanco y negro-, incluso volver el tiempo y enmendar profundos errores. 
Onirismos que hacen clic en la realidad del soñante.

Esa gran magia efímera que pende de un hilo en contraste con el abrupto despertar ante un beep del lavarropas que nos devuelve a este lugar con la misión de reducir ese contraste hasta la felicidad.

martes, 29 de octubre de 2013

El contraste en lo homogéneo

¿A quién se le ocurrió que en la ciudad morimos en el anonimato? Apiladas, en serie, superpuestas se traslucen las vidas amontonadas de 34 familias cada mañana desde una ventana.
Son dos los edificios que se interponen entre mis ojos y la omnipresente Catedral: uno rústico con ladrillo a la vista de varias décadas de edad y otro moderno construido a base de cemento, vidrio y metal. En el de enfrente –el moderno-, 12 de las taperas casualmente tienen el mismo tender, 6 las mismas cortinas con una leve diferencia de tonalidades y el resto black out de más o menos calidad. Creo que aún no se percataron todos sus habitantes del espectáculo que supone cuando uno busca una idea, o simplemente cuelga la vista con cierta nostalgia apreciar la rutina de estos extraños tan familiares.



La chica estudiante del 5to A cambió dos veces de “novio” en menos de un año y, en este preciso momento está preparando una materia con una compañera utilizando el vidrio la puerta ventana del balcón como pizarra. El pibe del 6to B hace dos meses bajó la persiana, justo después de desfilar durante 45 minutos del placard al espejo en busca de una chomba que le combine con el jean y el sweater. Acá, en la oficina, apostamos que tenía una “cita”, pero a juzgar por el atuendo que eligió el éxito fue sólo una ilusión. 
El genial es el exhibicionista del 7mo: como a las 3 de la tarde se da una ducha y sale a secarse al natural al balcón. Cada mes, levanta sus pies apoyándolo sobre la baranda y –desnudo- se corta las uñas de sus extremidades inferiores. El asiático del 9no sólo se lo ve cuando habla por teléfono después de las 14.30 y a la mujer del 8vo cuando sale a fumar con la mirada perdida.


El detalle hace la diferencia. Entre nosotros igual, etiquetados en rótulos generacionales, profesionales, estéticos o religiosos nos identificamos ahí entre el contraste de lo aparentemente homogéneo. El precio: una pizca del tirano tiempo que mezquinamos compartir.

lunes, 21 de octubre de 2013

Adorando las pantallas -ya no puedo más-

Cuando era adolescente y me gustaba alguien, con mis amigas salíamos los fines de semana y recorríamos un par de bares para encontrar al chico en cuestión. Esperábamos un acercamiento y, si lograba tener una charla inicial, debía repetir el ritual cada sábado o viernes. Andábamos diagonal 74 de bar en bar, a veces entrando a algún boliche hasta que ese vínculo se afianzaba. Sino, el viernes a partir de las 5 de la tarde íbamos a 8 y 48 y seguro estaba por ahí. También podía ser en plaza Malvinas sábados o domingos a la tarde, algunas han llegado a dar vueltas por su barrio, e incluso a revisar la basura... Pasaban semanas hasta que o tenías una relación o sabías que se había puesto de novia con tu ahora archienemiga. Ese muchachito quedaba ahí en stand by y enfocábamos la mira hacia otro objetivo.
Hoy, con las palabras clave de su nombre y apellido, el nuevo dios Google nos dirá su vida y alimentación en Facebook, sus reflexiones en 140 caracteres, su perfil profesional y alguna que otra cosa que comparta él o cualquiera de su círculo en la web.
Ya más avanzado en investigación, sabremos a qué hora está en línea con el celular y de repente viramos en un stalker de la era digital. De repente, no analizamos con quién habla recurrentemente en el bar y a qué distancia, sino a quién le dedica una sobredosis de Me gusta en las fotos o publicaciones, quién retwittea sus estados en un marco de estudios semióticos de las letras de canciones que comparte de Youtube.



Salí con alguien del que leí más letras de las que escuché, vi más fotos de los recuerdos que tengo, encontré más explicaciones en una publicación en donde estaba etiquetado que en sus respuestas. Concluí enviando un bbm chat que cuando cambió de D a R, los pasos siguientes luego de la no respuesta fueron: eliminar contacto, bloquear contacto, eliminar de mis amigos, dejar de seguir. Eso como metáfora de perderse en la ciudad, de tachar de la agenda e intentar borrar del cerebro su número de teléfono particular, evitar pasar por su casa y no frecuentar los bares típicos.
Lejos de aliviarme, todo me indica que la promesa de la conexión me ha desconectado de la realidad. Si limpiara las interacciones digitales de las últimas relaciones, el resultado sería tristísimo.

Estamos cada vez más solos. Hablamos en simultáneo con varias personas mientras creemos que compartimos espacios y tiempo con otros que no son más que cuerpos y balbuceos alrededor. Adoramos las pantallas escurriéndonos del tiempo y espacio en el que vivimos mientras el silencio del otro aturde el cerebro en un torbellino de posibilidades.