Los últimos nueve 14 de mayo de mi vida hice muchas cosas que no recuerdo. Seguro me lavé los dientes, me bañé, desayuné y demás actos rutinarios; pero lo que sí hice con certeza fue al menos una torta de cumpleaños, me encargué de su gestión o de decidir no hacerlo.
La primera fue de vainilla con doble relleno de crema y dulce de leche y una cobertura de chocolate semiamargo. La segunda hice un poco de trampa y compré una exquisita que rellené y decoré con mis escasas habilidades y paciencia para las manualidades. La tercera fue un bizcochuelo de 8 huevos del manual de cocina de Chola Ferrer que heredé de mi mamá que rellené con Nutella y decoré con habanitos y Rocklets.
La cuarta la busqué por todo Jericoacara para que tenga un tamaño apto para dos y soporte los 40 grados del ambiente: terminó siendo un muffin con una vela de hornito. Ya para la quinta y la sexta me había quedado claro que la torta de cumpleaños era más un mambo mío que algo que el otro disfrutaba asique bajé la intensidad y búsqueda de la perfección de forma tal que no recuerdo ni qué hice. La séptima fue salada: una lasagna de pandemia que tardamos tres días en terminar. Para la octava ya las manos estaban ocupadas con una humana en miniatura asique encargué una de "sorpresa". La novena ni la encargué, ni la hice, un poco como símbolo de protesta o, con el diario del lunes, palpitando el declive de lo que supo ser una pareja.
Como una especie de acto fallido o de impulso natural, este 14 de mayo me encontró desprevenidamente batiendo huevos con azúcar y tamizando harina con cacao. Sin pensarlo mucho, pero queriendo acomodar el arrebato de mi ansiedad por desmoldarla en caliente -haciendo oídos sordos a Paulina-, rellené el bizcochuelo redondo con dulce de leche, lo espolvoree con azúcar impalpable y le pegué coco rallado a los costados.
Esta imperfecta, es la primera torta del 14 de mayo que no recibió aplausos y se cortó sin vela; también la primera de los últimos 10 mayos que lleva mis topics preferidos.
Feliz no cumpleaños a mi, al fin y al cabo, el mambo de la torta era -y aparentemente sigue siendo- mío.