Imaginate una vida en la que no haya brazos para volver a ser chiquita, una vida en la que no exista sitio para ser quién sos sin condiciones ni consecuencias desfavorables, una en la que no puedas delegar un rato tus responsabilidades adultas. Una vida en la que ya no seas hija/o, sino simplemente un rol que sostiene sin saber cómo sostenerse a sí misma recreando unas fotos vistas mil veces en busca de un detalle oculto que brinde una historia nueva para rearmar tu identidad. Pero las imágenes son tan pocas y estáticas que no aportan más que suposiciones nuevas alimentadas por los tránsitos presentes. Escuchando un audio del 98' que tu mente ya recita de memoria sabiendo que 25 años después seguís siendo la misma pre-adolescente que no sabe cómo comunicar sus emociones. ¿De qué sirven los por qué? Sólo queda esperar que cuatro copas de vino después el sueño resetee todo este mambo en un nuevo amanecer de pilotos automáticos por los que cada tanto en alguna locura se filtre un poco de autenticidad mientras las manos traen sabores de la infancia en forma de tartas de zapallitos, colchón de arvejas, puchero o salpicón que serán transmitidos a otra generación con la esperanza de tener más tiempo para verlos florecer.