martes, 29 de octubre de 2013

El contraste en lo homogéneo

¿A quién se le ocurrió que en la ciudad morimos en el anonimato? Apiladas, en serie, superpuestas se traslucen las vidas amontonadas de 34 familias cada mañana desde una ventana.
Son dos los edificios que se interponen entre mis ojos y la omnipresente Catedral: uno rústico con ladrillo a la vista de varias décadas de edad y otro moderno construido a base de cemento, vidrio y metal. En el de enfrente –el moderno-, 12 de las taperas casualmente tienen el mismo tender, 6 las mismas cortinas con una leve diferencia de tonalidades y el resto black out de más o menos calidad. Creo que aún no se percataron todos sus habitantes del espectáculo que supone cuando uno busca una idea, o simplemente cuelga la vista con cierta nostalgia apreciar la rutina de estos extraños tan familiares.



La chica estudiante del 5to A cambió dos veces de “novio” en menos de un año y, en este preciso momento está preparando una materia con una compañera utilizando el vidrio la puerta ventana del balcón como pizarra. El pibe del 6to B hace dos meses bajó la persiana, justo después de desfilar durante 45 minutos del placard al espejo en busca de una chomba que le combine con el jean y el sweater. Acá, en la oficina, apostamos que tenía una “cita”, pero a juzgar por el atuendo que eligió el éxito fue sólo una ilusión. 
El genial es el exhibicionista del 7mo: como a las 3 de la tarde se da una ducha y sale a secarse al natural al balcón. Cada mes, levanta sus pies apoyándolo sobre la baranda y –desnudo- se corta las uñas de sus extremidades inferiores. El asiático del 9no sólo se lo ve cuando habla por teléfono después de las 14.30 y a la mujer del 8vo cuando sale a fumar con la mirada perdida.


El detalle hace la diferencia. Entre nosotros igual, etiquetados en rótulos generacionales, profesionales, estéticos o religiosos nos identificamos ahí entre el contraste de lo aparentemente homogéneo. El precio: una pizca del tirano tiempo que mezquinamos compartir.