lunes, 7 de octubre de 2013

Mujer: por antítesis o imitación del modelo materno

La mujer que fue capaz de hacer convivir en un casette a los Guns and Roses, Maná, Ataque 77, Rata Blanca, Elton John y Luis Miguel, me enseñó que el único amor incondicional y eterno es  el que se da entre padres e hijos.
De ella imité el recurso de la risa cuando las cosas se ponen feas. Fue la que a mis ocho años me inculcó la retórica defensiva de las palabras ante un probable ataque. En vano intentó darme los ejemplos prácticos de cómo nunca enamorarme o -si lo hacía- jamás demostrarlo.
En estos últimos nueve años sin ella me convertí en mujer con su imagen, por antítesis o imitación. Su recuerdo es como ese tótem al que acudo cuando el camino se ve borroso.


Ella, que me recibía después de las salidas. Con una sonrisa y los oídos abiertos si era antes de las 6, con unos sermones y unos ojos ensangrentados si pasaban las 6.30.
Aprendí sus recetas de tartas. Reemplazar azúcar por sal y manzanas por zapallitos. También a disfrutar de la vida, de la tibieza del sol y del olor a lluvia. Me enseñó que con paciencia y cuidado hasta una flor chamuscada se puede convertir en un árbol.
Durante mucho tiempo renegué de ella. De la manipulación que ejercía con su belleza ante ciertas situaciones, que causaban las peores discusiones. Hoy me sonrío en silencio mientras me opongo a esa enseña.

Hoy, nueve años después de su muerte, recién puedo afirmar que los recuerdos ya no duelen, que ese pasado que revivía con remordimientos forma parte de otra era. Sin embargo, como anuncian los avisos publicitarios: “En el mes de la madre, decile a la tuya cuanto la querés”. Acá mi homenaje público y accesible a todos e inútil a su principal destinatario.