En un acto inconsciente terminé por
despojarme de todo el peso de mi identidad. Como en esos sueños recurrentes que
tanto analicé en terapia, todo lo que indicaba quién era, dónde vivía, cómo
cubría mis imperfecciones y con cuánto subsistía se desvaneció en un instante
al olvidar mi cartera negra (sí, la indispensable de todos los días).
Llaves, dinero, recuerdos, tarjetas,
perfume importado, lapiceras de parís, aceite reparador de pelo, esmalte de
uñas, tijera de peluquero, botones, pase de colectivo, invisibles para el pelo
y la identidad que certificaba un plástico. Esa identidad que había renovado
cuando me pesaba la que tenía en un incipiente 2012.
Pero él estaba ahí, conmigo,
queriendo recuperar todo lo perdido. Primero lloré unos minutos y, ahí nomás lo
entendí: nada importaba tanto en esta realidad. Durante años puse mi seguridad
en ese bolso guarda-materia y las pertenencias que transportaba. Ahora lo
valioso no se carga, me acompaña.
Con este renacer, este empezar de
cero tanto en las finanzas como en la organización general de mi vida da cuenta
del final de esta larga época de búsqueda de mi misma que empezó seis años atrás.
Transité un camino doloroso pero feliz, aprendiendo a quererme a mi y a aceptar
el amor de los demás. Hoy la visión de Simona es otra y gracias a ella pude
verlo a él y reconocerlo como lo que es. Esa visión que esta vez me permitió no
dejarlo ir y armar esta historia como el final de un cuento y el principio de
una vida:
Dicen que el destino está escrito. Que las tres
dimensiones son sólo algunas de las que en verdad existen.
Ellos
dos juntos conocieron al menos una nueva. Sí, cada vez que se encontraban en un
espacio, en un chat o en un intercambio de e-mails todo se volvía nuevo y
mágico. El ruido de la ciudad se diluía, la guerra de los Balcanes quedaba
suspendida. Al principio fueron pocas, cortas situaciones adolescentes que,
aunque aún no lo sabían sentaban las bases para la plenitud de un futuro
inimaginable. En esa época se dieron los primeros abrazos, los primeros
cuidados y hasta durmieron juntos por primera vez. Parecían simples anécdotas.
Hoy sabemos que eran señales. Señales del cosmos que desoyeron. Es que quizás
eran muy jóvenes para entregarse a ese amor tan puro. Debían vivir otras
experiencias, crecer internamente, saber lo que es la soledad para valorar,
cuidar y disfrutar sin barreras. No sabían nada del amor, en ese entonces era
un componente de los cuentos, un abstracto ideal que desafortunadamente se
entiende por diferencias. Aunque lo hubieran tenido enfrente no lo hubieran
reconocido. No sabían que nueve años después, los designios de la causalidad
los volverían a enfrentar. Esta vez con la desilusión, el dolor y la soledad de
escudo. Pero la atmósfera nueva que generaban cuando se encontraban estaba
intacta. Esta vez no se dejarían escapar. Frente a frente en un ascensor se
vieron a los ojos y, sin palabras, sus almas entendieron todo, aunque no así
sus mentes. Él le arrebató un beso, ella quedó inmutable. Ese sábado, el
primero de aquel marzo sería el comienzo de lo máximo.
Entre
ángeles y elefantes los tiempos son otros. Nada entre ellos es pronto, nada
entre ellos es tarde. Un nuevo tiempo, una nueva realidad paralela más allá de
la rutina, del tránsito, la oficina y la inseguridad. Un nuevo sentimiento que
hasta al mundo le queda chico. Cada tanto los fantasmas del cerebro, del
entorno y lo mundano los asechan desatando inseguridades, pero basta volver a
verse a los ojos para conectar sin escalas con lo real.