La vida y la sociedad se enmarcan en ciertas normas. La norma –lo normal-
opera en una estandarización que la cultura –al menos occidental- homogeneiza
desde los discursos sociales para asignar modelos familiares, vinculares, físicos, estéticos, laborales y de conducta.
La experiencia indica que todos y cada uno de nosotros –hasta el más
políticamente correcto- en alguna oportunidad está al margen de la norma. Algunos
en más casilleros, otros en menos. Ahí empiezan las relativizaciones con mayor
o menor grado de justificación.
Y cuando somos marginados somos de lo más
solidarios, pero si estamos en la norma enseguida aprovechamos para juzgar y
burlar a ese que está al margen por su piel, su elección sexual, el tamaño de
su cuerpo, su profesión o vestimenta. ¿A cuántos nos queda bien la remera, el jean o los zapatos stándar?
Cerremos los ojos un rato e imaginemos que no hay hoja ni margen, que
no hay moldes para encajar, que somos y punto.