Un feliz cumpleaños. Una casa llena de abrazos y saludos. Un teléfono saturado de buenos deseos. Un sueño vívido y encantador.
Entonces, ¿Por qué la angustia? Se que va a pasar, igual que esas tormentas que parecen devastarlo todo a su paso. Cortas, pero que duran lo suficiente como para desatar ciertos caos. Más tarde un arcoiris, como un milagro trás la oscuridad. Y ahí andamos desprevenidos del cielo. Sin los ojos tan abiertos como para prever el temporal ni para contemplar la magia óptica compensatoria.
Una plenitud nueva: sin aeropuertos ni contextos exóticos. Un miedo irracional pero recurrente que cada tanto pretende boicotear las sonrisas. Dejavúes de una infancia de desapariciones bruscas. Una compulsión al control en vías de curación que desata innecesarios malentendidos.
Y ahí los fuertes deseos de felicidad que se alinean con el cosmos para que por primera vez la balanza se incline por el lado de las risas.
Unos días llenos de todo. Unos 28 años con el amor de una familia que me eligió a pesar de la historia. Con unos reencuentros en viajes astrales sin reproches.
El principio de una adultez con el goce inocente de un chico descubriendo nuevos mundos.