Cuando era tía exclusiva, creía que era la mejor tía de todas y una muy responsable. -Si mi hija tuviera una tía como era yo a mis veintis con mis sobris, no la dejaría sola ni una tarde con ella.- Al nacer mi hija se inauguró un peso tremendo sobre el sentido de la responsabilidad de una vida humana muy fuerte, que quizás nunca había reflexionado en profundidad.
Mis recuerdos
sobre ser hija-infante son realmente muy difusos. Cuando terminé de perder a mi
mamá a los 18 años no se me cruzaba por la cabeza la maternidad, de hecho creía
que jamás iba a tener hijos porque no quería arruinar la vida de nadie.
Ante esta falta
de registro propio y el resabio de una pandemia que nos tenía todavía un poco en aislamiento, mi casi incondicional teléfono inteligente fue una especie de aliado
(traidor) para facilitarme algunas respuestas.
Si bien siempre
consultábamos al pediatra cada cosa y asistíamos a los controles
religiosamente, respecto del día a día en la convivencia con una recién nacida,
en mi cuenta de Instagram empecé a seguir a muchas influencers. Había de todo: especialistas en crianza, psicólogas y
psicólogos infantiles, pediatras, especialistas en alimentación saludable,
coachs de sueño infantil, mamás perfectas y, claro que sí, emprendimientos de productos
para bebés. Yo quería hacer todo bien con mi beba, no quería arruinarle la vida a nadie.
A los pocos meses
de haber parido por cesárea en la semana 40 +6 días, con el pelo duro y las
hormonas alborotadas empecé a perder la cabeza. Abrir redes sociales a la par
de los ojos cada mañana mientras amamantaba, me sumergía el bombardeo de datos
e indicaciones que mi cerebro tomaban como religión. Sí, a mí, ni mis estudios
universitarios en Comunicación Social me salvaron de esta saturación.
A los cuatro meses de ser madre, ya había leído
tres libros sobre sueño infantil y un blog completo sobre lactancia materna y
aún así no sabía qué hacer con los múltiples despertares nocturnos y tardé dos
meses en instalar por completo la lactancia materna exclusiva.
Se acercaba el
día en que Aman probara sus primeros bocados y teníamos que decidir qué
paradigma de alimentación íbamos a elegir para este viaje (una cuestión que
jamás creí que existiera en la maternidad). Ya una noche entre lágrimas y
desesperación había tenido que recurrir a la leche de fórmula para ayudar la
lactancia y no quería que este tema me encuentre desprevenida y sin
información.
Pero enloquecí.
Leí un libro sobre crianza y alimentación, escuché podcasts sobre el tema y leí
cuanto artículo encontré en la web.
Las mamás de
Instagram me inspiraban. Ya tenía una rutina de sueño para acostumbrar a Aman a
irse a dormir cuando pasaran ciertas cosas, me había obsesionado con las
siestas, su duración, lugar y cantidad de ellas y vivía calculando horas de
sueño, despertares y algoritmos del ciclo circadiano. Parecía que algo había
hecho mal porque por más respeto a las indicaciones que tuviera, mi
bebé estaba fallada: tenía despertares nocturnos múltiples y no se dormía sola.
Respecto de la
alimentación complementaria, me indicaban que podía ofrecer a mi bebé alimentos
en trozos y no solamente las viejas papillas. Me enseñaron que el Nestum es una
porquería y que NO hay que dar a las infancias azúcar hasta pasados los dos
años.
Ya estaba lista
para afrontar la alimentación complementaria. Tenía el vaso antivuelco (y las
indicaciones para que no proliferen hongos indeseados), un plato de silicona
que se adhería a la mesa de la silla de comer y unos cubiertos afines. La
realidad me demostraría que el vaso terminaba tirado en el piso siempre y que
no era tan antivuelco y que el plato no era lo suficientemente pegajoso como para
que las manos de halcón de mi hija lo dejaran en la mesa, pero eso es otra
historia.
El día que
cumplió 6 meses fuimos al pediatra para que nos habilite a darle de comer sólidos.
Le pregunté sobre el BLW y se me rio en la cara; dijo que podía comer de todo
en formato puré. Pero como yo ya había visto varios videos sobre el método (y
también sobre cómo hacer la maniobra de Heimlich), corrimos el riesgo y le
dimos un arbolito de brócoli entero como primera comida.
Las siguientes
fueron frutas, carnes, papillas (claro!) y nada de ultraprocesados.
Una mañana abrí
Instagram y ya no pude soportarlo: apareció un reel de un no se quién que aseguraba que no era beneficioso dar
frutas de comer a nuestrxs hijxs. Fui a su perfil, lei las investigaciones que
citaba y en ese instante decidí cerrar mis redes sociales por tiempo
indefinido.
Con abstinencia
de redes, igualmente la vida social y
las voces bienintencionadas bombardeaban cada situación de alimentación.
Mientras hidrataba dátiles y experimentaba con harinas alternativas, luchaba
con el entorno para controlar qué ingería mi bebé.
Cuando empezó a
ganar autonomía en el piso, comió más tierra y pedazos de comida viejos que
bananas. Al mes de dar sus primeros pasos, en un cumpleaños infantil
interactuando con un nene probó su primera papa frita mientras se me desgarraba
el corazón en el intento vano por tacklear a esa criatura para que suelte la
papa antes de poder volverse prácticamente una adicta como yo.
Desde ese hito
hasta hoy mucho ha cambiado en pos de la salud mental de la familia, después de vivir con
frustración cada intento por ser buena
madre y darle a mi hija lo que le haga bien en todo sentido entendiendo que en ese afán por no arruinar la vida de nadie estaba arruinando la mía. Pero en esta
cultura ¿qué es lo que hace bien y quién lo determina?
A la distancia
puedo ver que mi puerperio fue muy duro y esos estados emocionales frágiles
suelen ser el blanco perfecto de toda la industria infomercial de las redes.
Para muchas nuevas madres, la tribu
se arma desde ahí y es necesario ocupar esos espacios desde otros lugares y
presencias. Hoy veo a esa Luciana con humor, pero de gracioso no ha tenido un
pelo.
La frustración
gana muchos de los días de la maternidad. Claro que una se frustra cuando no
hay coincidencias entre la expectativa y la realidad. Y, adivinen desde dónde
se construyen las expectativas. Del imaginario social que se instaló como una
imagen constante para grabarse en la retina como un ideal y aspiración.
Recuerdo ver fotos de madres con sus hijas/os bebés y preguntarme por ejemplo ¿por
qué siendo una aficionada a la fotografía no puedo lograr uno de esos momentos?,
entre otras preguntas más polémicas y profundas.
Parece tan natural traer vida al mundo, pero hay tanta industria alrededor de ello que puede tornarse un desafío elegir el camino saludable y afín para cada familia.
(Si resonás con
algo de lo escrito, buscá cómplices, hablá. Si en esa persona no hubo consuelo,
buscá otra. Hay muchas otras luchando tus mismas batallas en completo silencio
y soledad.)