sábado, 9 de septiembre de 2023

Spoileando la primavera

 

Tengo una fuerte obsesión con los olores. No sé bien si nací así o me hice así en algún momento de mi vida. Tenía 10 años cuando le pedí a mi mamá un pañuelo con esencia de patchouli (su olor característico y favorito) para tenerlo cerca y olerlo cuando la extrañaba. En este momento, ya con una formación en aromaterapia, no pude parar de pensar que hay olor limón cuando no hay nada de eso cerca.

Lo cierto es que en este sábado de invierno que spoilea la primavera en su clima y sensación, algo detonó en mí una sensación de incomodidad que me cambió el humor por completo.

En este trabajo de psicoanálisis versión 5, estamos revisando el autoregistro. Claro, me comí tanto el concepto de empatía que me olvidé un poco de empatizar conmigo misma. “¿Cuándo empezó?”, pregunta Laura un miércoles. “Ni idea”, le digo yo mirando el techo.

Igual ahí estaba mi malestar jodiendo como una mosca de la fruta. Más allá de eso, tenía unos morrones que picar para un relleno de tarta y un preparado de aromaterapia que armar para un viaje en auto. Busqué una receta de cóctel para manejar, y, entre los top five, estaba la esencia de limón, pero no tenía; asique usé citronela, menta, eucalipto y tea tree. De alguna manera extraña, había olor a limón. Olí una, dos, tres veces y era limón. Agarré los frasquitos y ninguno decía limón ni olía a limón.

Seguí pensando mientras terminaba de picar el morrón y lo ví en mi cabeza: el jazmín chino o del país o no se qué variante. Ese que florece primero que todos, que es blanco con cositos violetas. Ese que cuando lo empezás a oler es muy rico y para cuando terminás te das cuenta de que tiene olor a culo. Ese, el jazmín de la casa de 8 y 530 donde estacioné el auto este mediodía.



Ese jazmín que me spoileó a la inversa la primavera del 2004 (maldita memoria olfativa). Ahí cayeron como en efecto dominó todos los recuerdos de oler ese jazmín: mis caminatas desde La Cumbre hasta 4 y 59, de ahí a 4 y 44 y de ahí volver y sentir la humedad de la noche y esperar un Oeste que tenía menos frecuencia que la recolección de residuos en La Hermosura.

La primavera y su inicio en el calendario como el registro de la primera gran frustración en mi vida. También de mi primer no autoregistro a mis 18 años y de la instalación de la culpa como modo de vida. Es que la víspera de  mi primer día del estudiante/primavera como universitaria salí con amigas a La Previa y volví como a las 6 de la mañana a casa y mi mamá –que se estaba autodializando- me dijo que no se sentía bien, que duerma un rato y la lleve a la clínica. Me acosté y como a las 9 fuimos a Ipensa. Después de revisarla, la dejaron internada como otras tantas veces antes. Pero iba a ser diferente, nunca iba a volver a casa.

También esa primavera justo fue la primera en que registré en mis sentidos todos sus detalles. Todo se volvía tan hermoso en la ciudad mientras –sin saberlo- vivía los últimos días con ella.

Mientras asistía a mi mamá internada en terapia intensiva (por pura compasión de las enfermeras que me permitían entrar a cualquier hora) nunca me perdí una clase de la facultad, ni una entrega ese cuatrimestre. Recorrí en esos zapatos chatos de Class más kilómetros de los que hago hoy con el Ford Ka.

Y le pregunto a Laura desde hace unos cuántos miércoles, cuántas veces vamos a revisar esto. Ella dice que hasta que no me condicione. Y hoy ese jazmín me dijo que falta mucho para eso. Supongo que mi adolescencia me protegió de registrar todo ese dolor que igual estaba sintiendo en alguna parte de mi ser y se encapsularon en esas canciones de la verdulería de diagonal 73, en ese frío del atardecer de primavera o en el calor de mediodía para que hoy, en cuotas con interés exacerbado, lo pueda procesar con la supuesta madurez que me dan los 37.

¿Y hoy? ¿Cómo lidio con el dolor? Haciendo. Cortando morrones para una tarta, buscando el olor a limón donde no hay limón. Sin poder parar más que para escribir esta catarsis mientras se cocina el relleno y termina el lavarropas. Y después viene otra cosa que debo hacer y que la hago para no enfrentar la frustración de no haberla hecho si mañana se me pudre el morrón.

¿Y, Laura? ¿Cómo salgo de ese mecanismo? Y Laura no responde porque no es miércoles y yo estoy esperando que todo se cocine para armar las tartas de pollo.