viernes, 4 de agosto de 2023

Inconsciente colectiva

Un día lo miré y, mordiéndome los labios, me cayeron todas las fichas juntas, como cuando te sorprende una ola en un aparente mar calmo. 

En ese instante él pudo deducir que había un proceso elaborándose en ese silencio extraño y me preguntó qué pensaba. Respondí que nada... Un poco para no exponerme, otro poco porque era cierto, no estaba pensando, estaba sintiendo y puteando al mismo tiempo. 

Todo el fluir, el pasar el tiempo, los encuentros casuales me llevaron puesta sin poder percatarme de la dirección que tomaban las cosas para mí. 

Enamorarme a los 37 en el medio de una crisis personal es quizás el acto más estúpido y valiente que me pude permitir en los últimos años.

Los días transcurren en una disociada psicosis que pasa de la responsabilidad al disfrute y de ahí a la culpa en un ciclo imposible de hacer lineal.

Mientras preparo el baño de mi hija, miro el teléfono esperando un mensaje. Mientras disfruto un momento con él, miro el teléfono para saber si mi hija comió, se durmió o sigue viva.

Mis recuerdos de enamorarme están asociados a mariposas en la panza y suspiros al cielo.

Ser madre y entregarse a vivir el amor con un otro no parece un buen plan en esta matriz cultural. 

Hay momentos en los que pienso renunciar a esto que estoy viviendo-sintiendo y limitarme a la exclusividad de la maternidad.

Pero antes de poder tomar una decisión al respecto, mi inconsciente me gana de mano una vez más y lo boicotea todo con un artilugio feroz para decirme después con orgullo egocéntrico: "viste, yo te dije, eso no era para vos".