viernes, 13 de septiembre de 2013

Imagen vs. Reflejo

El concepto de imagen se funda en la representación en todas sus acepciones. Sin embargo, el reflejo apela a una metáfora, a una representación que –claro- está en lugar de otra cosa. Por caso, hasta un acto reflejo representa a un estímulo. Es decir, como una segunda instancia de una imagen o un modo de abordaje a ella.

En el mundo perceptual accedemos a los objetos y a las personas a partir de la idea que elaboramos de ellas con rasgos obtenidos mediante los sentidos: la vista y el oído en mayor medida, el olfato y el tacto en menor escala. De ahí el cerebro condimenta con informaciones previas y subjetivas armando una ensalada que figuraría la imagen del otro.


En tanto, cuando pretendemos acceder a la propia imagen –sobre todo partir de los ojos-  no existe más que valernos del reflejo. Recurrimos al espejo, a una vidriera, a un cúmulo de fotos y al fantasma interior que definirá la percepción acerca de uno mismo. Pero estos reflectores también ejercen una fuerza distorsiva en el resultado y de acuerdo a la construcción de cada psiquismo el combo final es favorable o peyorativo.
Para el último caso, exponer abstracciones, palabras, ideas, fotografías, risas y sentimientos excluyendo el cuerpo supone un preconcepto bastante cómodo a partir del cual la auto-imagen se resguarda sin las probables interferencias de aquello a lo que aún no se puede acceder con cierto grado de objetividad. Ya cuando no hay otra salida que comprometer ese frágil, se abre el abanico de la devolución del otro y ante el primer dardo-crítica el efecto tortuga invade la escena en el intento por re-proteger la forma vulnerada.


Y se vive como en una diagonal de doble mano. Dos realidades paralelas que atraviesan los vínculos y relaciones de toda clase. Esperar un boulevard o alguna plaza infinita resulta la ilusión de reconciliación más cercana.