martes, 16 de octubre de 2012

Homicida de 54

Ahí estaba, yo tan vulnerable, ella tan poderosa. Yo con unos pesos encima, ella con un arma blanca.
Intentaría remediar el daño que me había hecho yo misma. Estaba en sus manos, ya no podía escapar.
Quise negociar, las palabras pretendían ser exactas, mas el lenguaje es ambiguo.
 
Empezó tímidamente, nos observábamos por un espejo. El terror me invadía, pero la sonrisa intacta protagonizaba mi rostro. Tuve un dejavu, antes había sido un hombre, ahora era ella, con sus sandalias en una primavera prematura. Sus jeans con las botamangas asimétricamente dobladas, debí percatarme antes.
Sus lentes escondían esos ojos vengativos. Ella sabía lo que iba a hacer conmigo. Las palabras fueron pocas de ahi en más. Sólo un leve sonido cada tanto irrumpía en la monotonía de la música ambiente.
Cambió de arma, el viento caluroso sacudía mi cabeza. Alguien barrió las pruebas de su delito mal pago.
Luego unas cerdas en mi cuero cabelludo, la sonrisa desapareció. El pánico me invadió. El resultado era irreversible al menos en el corto plazo.


-Te plancho el flequillo?- me dijo.

- No, gracias. Por favor, sacá las manos de mi cabeza.-


En memoria de los 65 centímetros de cabellera que supe tener.