En La Plata el transporte público es para los LOSER’s. La prioridad del platense después de conseguir su empleo en la administración pública porque papi, mami o el tío tiene un contacto es buscar un auto. Incluso antes de la independencia habitacional.
El Municipio enterado de tal situación ofrece de los peores sistemas de transporte público de la provincia. El boleto es caro y el servicio altamente perjudicial para la salud.
Esperarlo es tarea de paciencia, fortuna e imprevisibilidad. Que el colectivero pare es una cuestión cósmica de alineación de planetas del zodíaco. Que haya capacidad disponible para que uno suba resulta un desafío diario.
Lejos de discriminar, a la cartelería de los transportes debiera de sumarle al típico “Prohibido salivar”, “Bañarse antes de subir”. Las campañas de concientización sobre el ahorro de H2O generaron gran impacto en la población periférica.
Ya no se sabe si es mejor atravesar estas situaciones en invierno o en verano. Cada estación presenta su particularidad: con el frío las ventanillas del vehículo permanecen cerradas, solemos rogar que alguien suba para que la puerta nos traiga un poco de smog de la ciudad a cambio de los alientos matutinos de los viajeros y sus flatulencias. El pelo de las mujeres de edad pegado a la nuca con la marca de la almohada. El verano nos sorprende aguardando la apertura de las ventanillas que no dejan de ser un arma de doble filo. El chivo de antesdeayer del vecino que va agarrado del caño más alto viene como flechazo a las fosas nasales impulsado por el viento del exterior. La contaminación auditiva de los adolescentes y no tanto que hacen uso de la propiedad que tienen sobre el eter socializando con el contingente viajante los gustos musicales. Las señoras preguntonas, quejosas, la pesadumbre del chofer y las charlas telefónicas de la gente que soluciona su vida por celular en viajes de colectivo.
Las líneas platenses no son aptas para cardíacos.