Después de tantas despedidas explícitas, con palabras, abrazos, lágrimas o enojo llegó esta en la que no hay más que decir ni lágrimas que llorar. No hay más que agregar ni mas que hacer.
Como en un laberinto en el que siempre se llega al mismo lugar sin salida, esta vez logré encontrar el camino, pero lejos de haber sentido que gané, la recompensa es el fuera de juego.
Volver al bar donde le puse realidad al avatar y movimiento a esas manos ocho meses después fue un gran cierre interno que visibilizó el paso del tiempo y su devenir.Como en mi adolescencia, me encuentro armando hipertextos de collage de estrofas de canciones como terapia de superación de este proceso.
Ya no queda más por sentir, resta dejar el tiempo pasar sabiendo que de repente -pero como un final anunciado aquel miércoles de abril- nos hemos convertido otra vez en dos completos desconocidos.