La gente pasaba por la plaza jocosa de la primavera. La lectura era interrumpida por el cielo que se presentaba tan contemplable.
Las horas corrieron hasta la aparición de la primera estrella, esa a la que ella siempre le pedía un deseo desde hacía ya varios años.
Volvió a casa y reconstruyó a su madre con fotos, sonidos de palabras grabadas y el recuerdo de su ser en movimiento. Inevitables las lágrimas de melancolía que pronto se mezclaron con las gotas de la ducha que terminaron de empapar su rostro.
Se paseó durante horas por el pasillo usando diversos atuendos: nada le gustaba para salir al mundo esa noche. Concluyó, como siempre que eso sucedía, vistiendo lo más insulso y clásico que encontró.
Esperó a sus amigas con maní y cervezas. Las lágrimas ya eran de risa. Transcurría el tiempo y al cambiar el día envió un saludo de cumpleaños a quien era por ese entonces el dueño de sus sentimientos.
Caminaron las dos cuadras que las separaban del bar y ella por horas no hizo más que esperar la respuesta de aquel que jamás contestó.
Más vasos que se vaciaban en minutos. En algún momento una mano molestó su hombro apartándola de la vorágine de ansiedad que la conectaba con su teléfono celular. Echó una mirada iracunda y luego una maldición susurrada. El extraño no volvió a molestar.
Durante algunas horas las voces, las trompetas, las percusiones y el movimiento humano le fueron ajenos. Un solo comentario y la espera en vano la volvieron en sí. Alzó la vista: alguien cantaba alegremente mientras bailaba de la misma manera en que ella lo hacía habitualmente a criterio de sus amigas.
Arrojó al olvido lo que esperaba y se dejó llevar por aquella música que sonaba en vivo.
Cinco miradas cruzaron, tres ella supo esquivar. Más tarde un fugaz saludo y de nuevo a la calle.
A dos cuadras de caminata una señal virtual le trajo el contacto de quien ella había calificado su “alma gemela”. Pese a la categorización, pronto todo fue un chistoso recuerdo.
Terminó ese fin de semana y el primer día hábil de aquel octubre comenzó el desperdicio de palabras escritas que viajaban por una red virtual, algunas de las cuales parecían perderse en el dinamismo del diálogo.
Indagaron en sus vidas por horas e inmediatamente ese lunes se repitió día a día con más intensidad. Parecían buscarse mutuamente. Parecían.
Cartas natales, delirios existencialistas, verborragias divertidas, verbotragias contenidas, comunicaciones en demasía, construcciones de signos mentales y charlas de frases cancioneras. Sus rutinas se compartían en esos relatos.
La virtualidad parecía perfección, lo era en tanto virtualidad. Lo imperfecto fue la realidad que golpeó una tarde, una noche y una mañana en continuo tiempo real.
Y ahí comenzaron las contradicciones, las luchas internas, las dicotomías amor/odio, realidad/virtualidad, risa/llanto.
Pero ya era inevitable el sentimiento. Ahora lo reconstruía a él con fotos, imágenes, recuerdos y un rectángulo celeste que de vez en cuando le trae sus palabras. ¿Y ahora? Ahora se ha dispuesto a olvidar.

Había regresado ese cosquilleo, las ganas de ver su figura acercarse, la impaciencia por alguna señal y el enmudecimiento repentino.
También las dudas y las reflexiones generales acerca del determinar cómo darse cuenta de que los sentimientos fueran reales.
Pasaron las dudas, la seguridad afectiva tomó las riendas y una vez más el destino de soledad fue el fin.
¿Qué podía esperar? ¿Que la dejara a ella después de ese tiempo?
Volvió a caer en la inconciencia pensando que el príncipe azul existía.
Sus ilusiones caen por su cuerpo otra vez.
¿No será repentino el diagnóstico? Podría pensar que existen otras opciones más que el rechazo, pero en todas las situaciones la intuición jamás ha fallado. Creyó haberlo visto en sus ojos, en su actitud. Algo cambió.
Más tarde…
Claro, como siempre. Su lugar preferido. El que elije muy a pesar de sus deseos concientes: el último. Allá, después de todos los problemas, de todas las personas, de todas las actividades. La del lugar que sobra. La del tiempo libre. La de después de las obligaciones, de las pasiones, los gustos y sinsabores de la vida cotidiana. La que está ahí, diferente a la rutina, la no convencional que llama la atención. Pero libreme el cielo de elegirla para algo importante.
La que da los pasos iniciales para la reconciliación, la que se cuelga analizando el posible malestar del otro aunque aunque en la superficie la crean indiferente.
La que siempre sin saberlo elige la soledad.
Más más tarde..
Resultaba tan claro a esta altura. Todo era un desafío… como siempre ocurría. Conquistar aquello que se creía inalcanzable para luego entender que la rutina era lo mejor que podía pasar. Que después de todo, aquello con lo que se había encaprichado no era tal preciado tesoro como lo había creído cuando lo imaginaba imposible.
Lo que comenzó como un juego ya llevaba meses. Él en dos palabras lo convirtió en un vínculo real.
Cuando se anhela la luna es por saberla ingobernable en la tierra. Cuando desciende un momento, el ambicioso lo palpa de cerca y deduce que en realidad no era lo que deseaba. Y la luna permanece aquí abajo un tiempo, errante, preguntándose por su condición de objeto de deseo rechazado.
Y ahí quedó ella también, con sus sentimientos a flor de piel. Paralizada ante el silencio y el desencadenamiento de los hechos anunciado antes por las circunstancias.
Ahí estaba: impaciente, iracunda, masticando sus propios labios.
Después de tanto tiempo sin apostar a fuerza de impulsos, volverá la coraza casi seguramente. Cierra los ojos y ve en el pasado esta imagen de lo que veía a futuro.
Fumando e ingiriendo hidratos de carbono, ve repetirse la historia de hace unos años y la de unos meses antes de esos años y así retrospectivamente hasta su nacimiento.