Viendo cada día tu mirada congelada, siento que es aquella, la única capaz de iluminar la inmensa oscuridad que invade cada milímetro de mi absurda existencia.
Parece imposible concebir la vida sin tu presencia... pero resulta que siempre a lo que uno más se amura, es lo primero que desaparece antes de poder ser consciente de su importancia. Aquello a lo que nos aferramos es tan efímero cual el trascurso del agua.
Es más el tiempo que pasamos sufriendo por la ausencia e intentando superarlo, que el tiempo real que duró aquella vinculación.
Pérdidas, lágrimas y recuerdos son el cóctel obligatorio que determina saber que uno vive.
Pasan los años intentando alcanzar aquélla felicidad de la que muchos hablan, y olvidando disfrutar los pequeños momentos que verdaderamente significan alegría temporaria... una pasantía para romper la horrible rutina cíclica que se apodera de las vidas ajenas.
Y uno proyecta y construye "eternos" castillos y murallas para protegerse de lo externo, pero no recuerda que hay un ente que se apodera de los momentos de otros sin preguntar si puede, que es tan ineludible como respirar, que rompe barreras y lazos tan fuertes como aquel que tuve algún día.
Irrumpe en la cotidianeidad desequilibrada destruyendo destellos de esperanza, quebrando fugazmente los hilos que conectan el alma con el cuerpo, llevándose lo vital para la existencia de un ser diminuto sin grandes aspiraciones, mas que disfrutar un poco más de tiempo a aquella persona que le ha dado la vida algún día.
Y deja tempestades, agonía e inestabilidades mentales. Y juega, porque a quienes deja les jura y perjura volver cuando menos lo quieran. Mientras éstos, lo que más anhelan es ir ahora con ella, en este momento de nada y desesperación y junto con quien se ha llevado. Pero ella calcula y se nutre del dolor ajeno; ese que se siente cuando el sentido no existe, cuando no entra en la razón que el tiempo no vuelve atrás, que jamás en los años que sigan volverá ese cuerpo a estar delante de los ojos, ahora empapados.