No entendía bien qué hacía ahí. La fuerza del
vacío me llevó por la inercia de un aire peculiar. Verde era mi abrigo en una
primavera calurosa, verde el pañuelo… verde el deseo y la esperanza.
Mariachis, concierto de cuencos, hippies,
viejas, viejos, aborígenes, alterno-punk, budistas, arquitectos, abogados,
periodistas. Palabras, hasta ahí palabras preconcebidas, clasificaciones para
ordenar el cerebro. El sonido comenzó, las palabras desaparecieron, asi como
las clasificaciones. Éramos energía, una sola compuesta de almas individuales
en un plano más allá del tiempo y el espacio. Mi viaje fue primero por un
bosque, verde. Tomé vuelo, la busqué a ella y flotamos por el cosmos. Luz. Colores:
primero violeta, después verde, amarillo y rosa. La vibración del sonido condicionaba
el viaje, al final bucee en un océano. Al volver todo era diferente, y eso que
el cambio aun no había empezado. Llegó la bendición con el agua diamantina y la
ofrenda al fuego en ese 19 de noviembre argentino, 11 Qanil en el calendario maya. Permiso al
elemento, ofrenda natural y miedos pulverizados para transmutarse en bendición.
Él se acercó y susurró que mañana todo iba a ser diferente. –Ojalá- respondí. –No-,
me dijo él, -es así.
Coronando el ritual, las danzas circulares,
los agradecimientos y abrazos a esos cuerpos desconocidos de almas amigas.
Definitivamente, hoy todo fue diferente. El mundo
es el mismo, la percepción es nueva.